Por: Mary-Louise Parker
Aparte de wapisima y super sexosa, esta mujer me ha hecho el día, la semana, el mes, con este texto, aunque a mi Pepe grillo no le guste. Especial atención al último párrafo.
A tí, a quien corresponda:
Criatura del género masculino, que hueles bien, incluso cuando no hueles tan bien, que te levantas con toda calma, con el cabello revuelto y todo parado y una cara de despiste que te hace ver como si tuvieras 7 años, ó 75; tú, que puedes arreglar la puerta de mi casa, el fregadero de la cocina y abrir casi todos los frascos; que pierdes una de tus mancuernillas y tienes que conformarte con un seguro; tú, que has prometido acabar con los extraños in deseados y con los dragones usando tu rasuradora o tu Montblanc como arma.
A ti, porque cuando ves a una mujer con todo y sus buenos años o kilos encima, dejas escapar entre dientes un bufido de lobo, y tu admiración es real; porque te parece que cualquier alfombra va a quedar bien, de verdad; pareces caminar por las calles un poco más erguido que yo, un poco más alerta y con un claro propósito.
A ti, que codificas, que conjugas, que pateas un balón, que cebas el anzuelo, construyes un estante decente o preparas un sandwich perfecto; tú que le das un billete de 20 dólares a los niños que venden dulces y esperas por tu maleta en la banda de equipaje con tu camisa de franela; tú, señor, que tomas mi orden, mi pulso y mi neurosis; que me enjabonas en la regadera y te metes conmigo a la tina.
A ti, niño crecidito, el caballero, soldado, profesor o cavernícola, el hombre sofisticado con iniciales en sus toallas y sal en sus chocolates, a ti y también al tipo que me atiende en el puesto de periódicos, gracias por el recorrido por los viñedos, por la estación de bomberos, la cabina de sonido, gracias por el caleidoscopio, la nebulosa de la Cabeza de Caballo, la pintura, la verdad; a ti, que me llevas por todo el estacionamiento y subiendo las escaleras hasta el ala de emergencias del hospital, para compartir unas horas.
A ti, que te apareces cada tanto, sólo para confundirme y atormentarme; a ti que te mantienes siempre en mi órbita, firme y a la izquierda del corazón, tú que estuviste ahí para mí, no lo olvidaré; a ti que no captas y nunca captarás, a ti que perdiste el control remoto, el perro, o de plano, tu camino.
A ti, mago, que me cantaste al oído y me reviviste, que me dices cosas, y me estremeses; a los que me destruyeron, aunque solo fuera por un minuto, y a los que se fueron colando y me consumieron, a los que les entregué mi corazón una y mil veces; a todo lo que merece ser llamado un hombre: cómo los amo, porque encienden las fogatas que mantienen mi calor y me hacen arder.