El sillón amarillo era prácticamente el único mueble en ese espacio, y compartía la tarea de ofrecer asiento a todos los invitados, con 2 banquitos rojos que sobrevivieron a las hamburguesas.
Fue el escenario de una de las primeras personas con quién habló con calma y serenidad al respecto del próximo cambio de rumbo en su vida, fue cuestionada por las razones y los siguientes movimientos, "¿qué vas a decir cuándo te pregunten porqué?".
Unos besos subidos de tono hacían pensar que el siguiente paso del sillón sería la recámara, pero esa vez no fue la mejor ocasión.
De regreso de un concierto de indie rock and roll, estaba él sentado en el sillón amarillo viendo una película. Se fué. Ellos ocuparon el sillón en compañía de unas cervezas, y al ritmo de bob dylan se besaron...fueron sorprendidos por el compañero incómodo y esta vez, ahora con él, se fueron a la recámara. Sus cosas se quedaron en el sillón amarillo.
Llegó un nuevo compañero. Un futón que en algún momento fue adquirido como cama matrimonial. En su siguiente visita, viendo un partido de futbol de México, con otra pareja, en compañía de alitas de Hooters es la última vez que recuerda haber estado cerca de él.
La siguiente noche, llegaron armados con cervezas, y ese sillón amarillo fue testigo de una sesión de seducción, pasión, lujuria, excitación, y una que otra confesión. No tenían nada de qué hablar, a pesar de que tienen tanto en común; hay demasiados temas tabú, demasiadas cosas que no se pueden decir. Pero hay cosas que se pueden hacer.
El sillón amarillo es mudo testigo de una doble relación, doblemente incorrecta, doblemente placentera.
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